jueves, 26 de marzo de 2009

Sobre la fotografía

No, no soy ni me creo Susan Sontag. Este texto hará parada por caminos más alejados de los que ahora te imaginas. Voy a hablarte de mi particular relación con la fotografía.

Tal vez hoy sea fotógrafo –o proyecto de- gracias a mis padres que ya desde pequeño me regalaron una pequeña máquina amarilla, muy amarilla y alargada o por lo menos así la recuerdo yo. Cada vez que apretabas el botón se impresionaba en el papel una pequeña tortuga ninja sonriente con uno de sus pulgares hacia arriba. Cada vez que recuerdo aquella maquinita o veo una de aquellas fotografías me echo a reír –por no llorar-, grandes viajes viví en los primeros años de mi corta vida.

Luego vino a sustituir a esta una “compacta” negra de película y multitud de desechables que seguían mis pasos a través de los innumerables campamentos de verano por donde me dejaba caer una vez al año, o más bien me dejaban caer mis padres. Incluso tuve una con carcasa sumergible que utilicé en aquel verano de la Manga. Todo el rato bajo el agua del mar y de la piscina haciendo fotos por doquier, bueno tantas no fueron, 36 tomas de aquellos amigos pasajeros que quedaron atrás y que para recordar sus caras echo mano de los documentos gráficos en que se convirtieron las banales fotografías.

Me gustaba aquella sensación de protección y parapeto que era, física y psicológicamente, la fotografía.

Los años pasaban y con la pubertad llegó una temporada de grandes lagunas en la memoria. Mi mundo me sabía extraño, lo veía lejano, hasta que termine haciendo caso omiso al libro “Más Platón y menos Prozac”.
Años en los que deje de amar la fotografía, aún no sé bien el por qué de esta situación. Supongo que para cortar los lazos con el niño que fui, que ya no era, pero que en el fondo seguiría siendo por muchos años aunque yo todavía no lo supiera.

En la salida de aquel angosto túnel me sentía mas maduro y a la vez sin un futuro claro en el horizonte.
Reflexioné, medité profundamente y por fin hallé. Me creía –y lo sigo pensando- “un bueno para nada”. Lo único que se me da bien es la fotografía, decía como un autómata el primer día de clase a todo el que me preguntaba por qué quería ser titulado en imagen.
Desempolve una Mamiya ZM de mi madre, la puse bonita, la compré complementos. Se veía preciosa.
Tal fue la locura desatada tras aquella época sombría que me monté mi pequeño laboratorio casero. En la actualidad esta acumulando polvo en la habitación contigua a mi cuarto. Pasar toda una tarde encerrado, viendo como el papel cambia del blanco mortuorio hasta la aparición, en tonos blancos y negros, de la imagen. No tenía precio ser el único intermediario entre la toma y el resultado. Grandes momentos que albergaban grandes sentimientos. Pero ahora tan solo se llena de polvo y su alma va pereciendo.

Poco después cambiaría el bello y clásico analógico por el práctico digital. Demasiadas cosas han ocurrido ya desde aquel entonces.
Pasé a un nuevo capítulo de mi vida. Aprendí a ver la belleza humana a través de mi ojo siniestro y de la extensión de este, el objetivo de mi cámara. Me deleito con esta belleza cuando viajo imaginando las posibilidades de sus caras, de sus miradas, de sus manos. Intentando recordar sus figuras, como en una fotografía, todo lo que me sea posible hasta que la luz me re-vela que ya se han marchado.

Para irme despidiendo te diré que con una cámara bajo el brazo he madurado y crecido como persona y que espero seguir con ella hasta el final de mis días.

5 comentarios:

Pablo Álvarez dijo...

Gracias por leerlo -a los que lo hagáis- y mil veces perdón por el tochazo de texto. Tras varios textos tirados a la basura regurgité este monstruito.

Loren dijo...

Pues te tengo que decir que es, con diferencia, tu mejor texto.

Un abrazo muy fuerte
y... ¡enhorabuena!

Anónimo dijo...

Más tochazos como éste, Pablo.

Un abrazo.

S. Vigara dijo...

Espero las obras completas de tu biografía fotográfica pablito.

=)

Montse Santana dijo...

Simplemente, me encanta!
un beso!