jueves, 18 de septiembre de 2008

De mi encuentro con un ser extraño

Los hechos aquí narrados acontecieron un sábado del fin de semana:

Salí de la biblioteca, enloquecido por la información que revoloteaba en mi cabeza. Me apresuré a entrar en el metro, tenía una cita.
Estaba cansado así que me senté en el primer banco que vi libre en el andén. De repente una persona que allí estaba enganchada a su litrona me dice: “Buenas tardes”. Yo le contesté, como bien educado por mis padres.

Supuse que quería preguntarme para orientarse en la ciudad, pero no.

Me até un cordón esperando salir de aquella situación, como el que despierta de un mal sueño.
De repente, él, mira la pantalla que ante nosotros había y comienza a hablar del “mal de las basuras” para el planeta, se notaba que era una conversación banal sacada al azar de lo que nos rodeaba en ese momento.

Entramos juntos al vagón, se apresura a teorizar sobre la naturaleza en centros comerciales y sus experiencias tántricas en ellos, las bellas mujeres de Madrid que vio aquella tarde, los prejuicios de las personas, los miedos de la gente comenzando por su timidez (quien lo diría), y lo peligroso de la capital.
Se notaba que era todo un filósofo, porque la gente atendía a sus palabras sin poder retirar la mirada.
Todo intercalado con ensalzamientos a mi persona (lo noble de mi mirada, mi fortaleza y lealtad), lo afortunada de la mujer que me ame casi como adivino vislumbrando mi felicidad en estos momentos.

Se presenta, él es Byron.

Habla de unos guerreros y que él sin dudarlo me seleccionaría para su ejército personal. Supongo que estas palabras estarían mezcladas en su cabeza con los recuerdos de cuando era militar allá en Colombia, y por supuesto con la media litrona que se había bebido en 10 minutos.

Le pregunto si lleva mucho tiempo en Madrid, por su aspecto de turista y su aire despreocupado como si lo del tiempo y el estrés no fuera con él.
Me replica que va para 7 años, me confiesa la caída de su vida (supongo que por dura o experimentada), “no, todo lo contrario, bastante suave”.

El tren comienza a entrar en Avenida América y me dice –“Esta es mi estación”- donde si no, como si regresara a casa.

Comenzamos a despedirnos, él más efusivamente que yo (como no), me agradece la franqueza y la trasparencia de aquella charla (yo más bien lo llamaría monólogo).
Sale del vagón sin dejar de mirarme, agarrando su cerveza, y volviendo a agradecerme el rato que hemos compartido. Se queda un instante en el andén y desaparece de mi vista.

Parece que haya sido una visión, un encuentro en la tercera fase.

Pasando por alto lo raro de este instante tengo una sensación, un regusto en la boca como si de algo extraordinario acabara de pasarme.
Yo no diría una presencia celestial, pero si algo fuera de los límites de lo común en una gran urbe como esta.


Es curioso las pocas letras que diferencian “extraño” de “extraordinario”.
Hechos ocurridos el 22 de Junio de 2008

1 comentario:

Jesús V.S. dijo...

Me encanta la forma de narrarlo Pablo. En su día me lo contaste, justo el lunes después de que te ocurriese, y me quedé alucinado con esa forma de describirlo (en aquel momento dijiste que parecía algo así como magia).

Hoy he vuelto a recordarlo, casi como si fuese yo el que lo vivió. Me ha encantado, espero que sigas por aquí a menudo.

Un abrazo amigo.